EL EGO O EL TRAJE QUE A NINGÚN DISEÑADOR LE QUEDA BIEN

El oficio de las agujas y las tijeras exige esmero genuino. Aún más en los comienzos. Y los diseñadores deben mantener la pasión invicta para que cada vez puedan bastear con mejor hilo. Así como tener sujetada la humildad con muchos alfileres. En los inicios todos los diseñadores -absolutamente todos- deben estar atentos de no descuidarse con los pequeños éxitos. Conseguir reseñas en revistas y diarios, aparecer en entrevistas en televisión, tener tiendas propias, vender en otros continentes, hacer pasarelas acá o afuera son las buenas costuras de carreras en ascenso. Pero hay quienes acarician estas victorias, quizás sin darse cuenta, con poca modestia. Cuando el reconocimiento abulta los ánimos, cuando la exposición en los medios sobredimensiona los logros, cuando los elogios no dejan ver los desaciertos, la exagerada seguridad y la equivocada certeza de que mucho se sabe, alborotan el ego. Y el peligro para todo diseñador que en algún momento crea que es el mejor, es que quizás nunca pueda llegar a ser tan bueno como se lo propuso. La faena debe concentrarse en asumir las exactidudes de los cortes que se imaginan, examinar y reinventar los patrones hasta que queden como en sus aspiraciones, dirigir costuras con buen pulso y crear sin miedo, con auténtica convicción. Siempre con la idea de que sus costuras pudieron quedar mejor. El convencimiento de que el mejor trabajo es el que se hizo, no es sino la clara limitación de las oportunidades que todavía existen. El ego no hace sino distorsionar la visión de los verdaderos logros. La pretensión, la afectación y la presunción son emociones erradas. La humildad es, a veces, un valor esquivo, que hay que rescatar. Sólo desde la humildad se puede ser mejor.

Por @mistercoppola