Esa mesa en tono turquesa con una calcomanía como sello inequívoco de la firma, que ha resistido tanto tiempo y tanto oficio, siempre soporta alguna que otra pieza como parte de una exhibición espontánea. Quizás algunas pulseras, quizás algún collar o quizás algunas cadenas de las propuestas más recientes. En esa breve oficina, entre libros y revistas de moda y algunas fotografías familiares, la diseñadora de accesorios Erika Yelo consigue una tregua para hacer mengua al esmero y empeño de mucha faena de taller. En un trabajo de imaginación de horas que nunca alcanzan. Desde la puerta se asoma un largo jardín de bromelias que ella cuida y vigila a diario. Detrás de su pequeño escritorio recibe sólo a contadas personas con las que comparte algunas novedades de la firma entre un café, un té y buena charla. Varios maniquíes, de distintos formatos, hacen ver piezas de sus inicios y algunos estrenos de temporada. Un maniquí grande exhibe un enredo voluminoso de cueros y listones encerados con los que elabora sus pulseras a manera de una obra de exposición. En ese
pequeño espacio, en ese pequeño territorio de libertad consigue momentos de paz, reflexión e inspiración.
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