En una manía cromática, las ristras de piezas que cuelgan del rack están separadas por bloques de color. En una esquina, en reposo, la máquina de coser. El taller de la firma Prêt-à del diseñador Leo Fernández, ubicado en la isla de Margarita, es la base de operaciones creativas desde la que, a trazos y alfileres, se imaginan los conceptos que se vuelven bastas en la tela. Estivania, la maniquí de estrecha cintura, está siempre allí, como la compañera de muchas horas de tijeras y la confidente de pruebas y puntadas de futuras costuras. En un rincón libros y revistas de moda, una horma de zapatos, unos cuantos dedales. Más allá unas muñecas de trapo, un puñado de creyones. En ese breve espacio Fernández tiene su búnker de diseño. Allí, en el sosiego que se consigue lejos del caos y la vorágine de las capitales, encuentra la inspiración, esa que llena en los corchos con recortes, fotografías y sesgos de telas. En un collage de referencias que traducen las emociones, el espíritu y el sentido de cada colección.